La Amante, el Comisario y el Químico: Tres Personajes Judíos del Lado Errado de la Historia
MARGHERITA SARFATTI
Amante de Mussolini
“Hay dos mujeres que me aman locamente, pero yo no las amo. Una es bastante simple, pero ella tiene un alma noble y generosa. La otra es hermosa, pero tiene una naturaleza astuta y codiciosa; ella es tacaña, de hecho. Por supuesto, ésta es judía”. Benito Mussolini.
La destacada intelectual judía y crítica de arte Margherita Sarfatti (1880 – 1961), no sólo era la amante de Benito Mussolini, sino también una de sus colaboradoras más cercanas, que desempeñó un papel crucial en la elaboración de la ideología fascista tras el ascenso al poder del dictador italiano. No se podía imaginar Sarfatti que el régimen que ella ayudó a establecer, terminaría enviando a su hermana a Auschwitz y, finalmente, también la vería a ella, una judía, como una persona “indeseable”.
Sarfatti nació en Venecia, en el seno de la rica y religiosa familia Grassini siendo su padre Amadeo Grassini y su madre Ema Levi. Con sólo 15 años de edad, se empapó con los escritos de Karl Marx y otros teóricos socialistas. Esto causó una ruptura en su familia, que se sorprendió aún más cuando huyó de la casa y contrajo matrimonio con Cesare Sarfatti, un abogado socialista muy conocido, mucho mayor que ella. Se convirtió con el paso de los años en periodista y crítica de arte para los periódicos socialista Avanti! e Il Tempo, en Milán.
Sarfatti se encontró con Mussolini por primera vez a fines de 1912, cuando él era director de Avanti! Al igual que Mussolini, también ella fue expulsada del Partido Socialista Italiano, debido a sus inclinaciones intervencionistas, presionando para que Italia tomara parte de la Primera Guerra Mundial. Algunos años más tarde, sufrió una tremenda pérdida personal, cuando su hijo mayor cayó durante una batalla cerca del Monte Baldo, situado al norte de Italia.
Sarfatti siguió ayudando a Mussolini, preparando la Marcha Fascista Sobre Roma, y se convirtió en directora del diario de Mussolini, Gerarchia. Su biografía en inglés del líder, titulada “El Duce”, posteriormente traducida a 17 idiomas, consolidó la nueva imagen pública de Mussolini y su ideología fascista.
Como judía, no era la única en demostrar simpatía por el fascismo: unos 350 judíos participaron de la Marcha Sobre Roma, y 746 judíos pertenecían a la organización italiana “Combate Fascista”, una organización presidida por Mussolini que unificó a aquellas que se separaron del movimiento socialista y se incorporaron al partido fascista. Entre 1928 y 1933, 4.920 judíos (alrededor del 10% de la población judía de Italia), estuvieron inscriptos en el Partido Nacional Fascista, y muchos de ellos desempeñaron roles importantes en la máquinaria del partido. Mussolini había declarado explícitamente que el antisemitismo no tenía lugar en la cultura italiana y no cabía en el marco de su política.
Sin embargo, el país pronto comenzó a estrechar sus lazos con el Tercer Reich de Alemania, y cambió drásticamente lo que fue hasta entonces una postura moderada. Cuando Italia promulgó sus leyes raciales en 1938, Sarfatti y Mussolini se separaron y ella fue destituida de todos sus cargos. Además, la nueva alianza con la Alemania nazi provocó que Sarfatti se sintiera insegura en su país. Primero huyó a París, luego a Sudamérica, donde se reencontró con su hijo. Más tarde, Sarfatti se mudó a los Estados Unidos, llevando consigo las mil cartas del hombre que había amado y cuya personalidad había ayudado a crear. En 1947 Sarfatti volvió a Italia, nuevamente se convirtió en una persona influyente en el campo de las artes. Visitó Israel en diversas ocasiones.
GUÉNRIJ GRIGÓRIEVICH YAGODA
El Jefe de la Policía Secreta Soviética
Guénrij Grigórievich Yagoda (1891 – 1938), fue un poderoso funcionario soviético de alto rango y, como figura clave en las purgas estalinistas de la década de 1930, se lo puede considerar como uno de los peores asesinos en masa de la historia moderna. En sólo pocos años, fue el responsable de la muerte de millones de personas. Yagoda nació en el seno de una familia judía de clase media, prolífera en hijos. Aún adolescente, se unió a los bolcheviques, y en 1912 fue preso y condenado a dos años de prisión por transgredir la “Ley del Límite de Residencia”, sentencia que cumplió en Simbiresk, a 900 kms. al este de Moscú. Después de su liberación, se convirtió al cristianismo para obtener el permiso de residencia en San Petersburgo, la capital del imperio ruso de entonces. Al estallar la Primera Guerra Mundial, fue movilizado al ejército, y después de ser herido en batalla, fue liberado en 1916. Poco tiempo después, Yagoda se incorporó a Cheka, el primer esbozo organizado de lo que luego sería la policía secreta soviética, y rápidamente ascendió en la escala jerárquica. Paralelamente, se aproximó cada vez más al propio Stalin. En 1934, Stalin lo designó director del NKVD, el nuevo Ministerio del Interior de la Unión Soviética, cargo que incluía en su marco a la policía secreta.
Desde esta función, fue vital en la creación de los Gulag, un sistema de alejados campos de trabajos forzados; creo un laboratorio en el comando del NKVD, para la elaboración de venenos que le servirán a él y a sus colaboradores para usarlos principalmente a lo largo de las grandes purgas. Estuvo muy involucrado en la Gran Purga ordenada por Stalin y sus infames juicios. Además de las deportaciones, confiscaciones, arrestos y ejecuciones masivas de las que Yagoda fue responsable, estuvo también involucrado directamente en la implantación de la Holodomor, (En ucraniano: “hambruna hasta la muerte”), una hambruna provocada a propósito y que mató a millones de ucranianos. En total, se cree que jugó un papel destacado y estuvo involucrado personalmente en el asesinato de unos 10 millones de personas.
En un irónico giro de la historia, no totalmente inesperado, el propio Yagoda cayó en desgracia con Stalin y fue arrestado en 1937. Fue juzgado por traición y conspiración contra la Unión Soviética durante el llamado Juicio de los Veintiuno, el último y más notorio de los tres juicios de Stalin, que incidentalmente inspiraron a Arthur Koestler a escribir su “El Cero y el Infinito — Oscuridad a Mediodía” (1941). Los cargos imputados a los acusados se volvieron cada vez más duros y extremos, bordeando el absurdo. Yagoda fue acusado de ser un agente alemán, un trotskista, un contrabandista de diamantes y adicto a la pornografía.
Al finalizar el juicio, Yagoda fue declarado culpable y ejecutado. Su esposa, hermana y cuñado, también fueron condenados a muerte. Gary Yagoda, hijo de Guenrij, creció en un orfanato y su apellido cambiado a Urbaj, apellido de soltera de su madre, para borrar todo rastro de la memoria de su padre. En los años 90, Gary hizo aliá a Israel junto con su familia. En 1988, al cumplirse el 50° aniversario del Juicio de los Veintiuno, los acusados fueron absueltos oficialmente de todo cargo y sus registros fueron borrados – todos, excepto Yagoda.
FRITZ HABER
El padre de las armas químicas.
El químico ganador del Premio Nobel Fritz Haber (1868 – 1934), hizo probablemente el mayor descubrimiento científico de la historia, uno que, hasta el día de hoy, proporciona sustento a miles de millones de personas en todo el mundo. Pero cuando las circunstancias se dieron, se convirtió también, sin remordimientos, en el pionero de la guerra química, directamente responsable de muertes horribles y sufrimientos indescriptibles. Orgulloso de ser alemán, su patriotismo lo impulsó a dedicar su trabajo tanto para el bien como para el mal.
“Durante los tiempos de paz, un científico pertenece al mundo, pero durante la guerra, pertenece a su patria”. Es uno de sus dichos famosos.
Nació en Breslau, Alemania, (actualmente pertenece a Polonia), en el seno de una familia judía asimilada. La suya, fue la primera generación de judíos alemanes emancipados, que gozaron de movilidad social y de la aceptación por parte de la sociedad general. Se casó con una colega de profesión, la química Clara Immerwahr, quien fue la primera mujer en obtener el título de Doctor en Química en Alemania.
Debido a que las carreras universitarias estaban cerradas para los judíos, fue bautizado como cristiano. Haber declaró que él se ve alemán en todo sentido, y que no se siente ligado a la religión judía, pero también al cristianismo no lo ve como una religión, sino más bien como una asociación cultural y, por lo tanto, no sintió dificultad en convertirse.
En los albores del siglo XX, el nitrógeno, esencial para la fabricación de fertilizantes, estaba disponible en depósitos naturales como el estiércol y el guano. El nitrógeno de origen natural era un producto tan preciado, que en América del Sur se habían desatado guerras por el dominio de tierras ricas en excrementos de aves. Trabajando en el Instituto de Química Kaiser Wilhelm, Haber desarrolló el proceso llamado Haber-Bosch (conjuntamente con su colega Karl Bosch), un método a través del cual el amoníaco podría sintetizarse directamente a partir de nitrógeno e hidrógeno.
El descubrimiento revolucionario de Haber hizo posible la producción en masa de fertilizantes. Haber luego hizo un giro drástico – probablemente el más destructivo de la historia – y se dedicó a inventar armas químicas.
Estalló la Primera Guerra Mundial, y Alemania y las Fuerzas Aliadas se encontraron empantanadas en un punto muerto aparentemente inamovible. Haber estaba ansioso por mostrar su patriotismo y ofreció voluntariamente sus servicios. Se le concedió el rango de capitán y el Ministerio de Guerra puso a su disposición un equipo de científicos. Su descubrimiento fue utilizado primeramente para fabricar explosivos y luego derivó en la fabricación de gas venenoso.
El 22 de abril de 1915, estando por detrás de la línea de combate en lo que dio por llamar la Segunda Batalla de Ypres, Bélgica, Haber dio la señal de liberar 168 toneladas de gas de cloro y dirigirlas hacia las trincheras en poder de las fuerzas francesas y argelinas. Minutos después, más de 5.000 soldados yacían muertos y había el doble de heridos. A partir de allí surgió una carrera armamentista por el gas venenoso y, al final de la guerra, más de 100.000 personas murieron y más de un millón quedaron heridas por causa de estos productos.
Clara, su mujer, una pacifista, quedó horrorizada y atormentada por las acciones de su marido durante la guerra y se suicidó.
Después de la guerra, Haber recibió el Premio Nobel de Química por su trabajo con amoníaco, pero también se convirtió en un paria internacionalmente, condenado al ostracismo, por su contribución crítica al desarrollo de armas químicas.
A pesar del creciente antisemitismo en Alemania, el espíritu patriótico de Haber se mantuvo incólume. Sin embargo, con la ascensión de Hitler al poder, se proclamaron las leyes raciales y se vio obligado a abandonar Alemania. Haber recibió la orden de despedir a todos los empleados judíos que trabajaban en el instituto que él dirigía. Se negó a ello y renunció a su cargo. Haber vagó sin rumbo por Europa, y su salud entró en un proceso de decadencia. Fue rechazado por científicos británicos y franceses, quienes lo consideraban un criminal de guerra, y se negaron a prestarle ayuda. Murió solo en una habitación de un hotel en Basilea, Suiza, en 1934, a los 66 años de edad.
Su amigo Albert Einstein diría más tarde que la vida de Haber “fue la tragedia del judío alemán, la tragedia de un amor no correspondido”.
Gracias al proceso Haber-Bosch, cada año se producen más de 100 millones de toneladas de fertilizante sintético. Es un descubrimiento científico de proporciones gigantescas, que ha ayudado a alimentar al mundo y ha evitado guerras y hambrunas.
Pero el ataque con gas de cloro que Haber orquestó en Ypres, cambió para siempre la índole de las guerras. Algunos de sus otros trabajos tuvieron consecuencias imprevistas: mucho después de su muerte, un pesticida que había inventado fue reformulado por los nazis y así nació el Zyklon B, que fue utilizado para el asesinato sistemático de un millón de judíos en los campos de exterminio.
El legado de Haber perdura tanto en las páginas de crímenes de guerra como en miles de bocas alimentadas. La Universidad Hebrea de Jerusalén, por ejemplo, decidió ignorar la primera parte y coronó con su nombre el Centro de Dinámica Molecular de la universidad.
Poco tiempo antes de su muerte, Haber comenzó a verse a sí mismo como parte de la nación judía. Jaim Waitzmann, uno de los líderes sionistas, le propuso venir a Eretz Israel y ser parte del Instituto Ziv, que se instauró en aquella época. Haber le dijo: “En mis últimos días me veo como una persona en quiebra; después que me vaya y mi nombre se olvide, aún tu contribución perdurará como un monumento majestuoso en la larga historia de nuestra nación”. Cuarenta años después de su conversión al cristianismo, y después que se vio obligado a abandonar Alemania a fines de 1933, Haber le escribió a Einstein: “Nunca me sentí tan judío como ahora”. Haber legó su biblioteca al Instituto Ziv, donde se encuentra hasta nuestros días.
Traducción: Kalman Gabay